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Algunos Relatos Lesbicos

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  • Algunos Relatos Lesbicos

    Mérode y Delphine


    (Homenaje a las películas:
    El rayo verde y En la ciudad de Sylvia)


    Se despertó envuelta entre unas sábanas pesadas por el sudor de su propio cuerpo. El reloj marcaba las 4:00 a.m. En la calle aún se escuchaba un griterío de gente regresando de fiesta. Mérode ya no pudo conciliar el sueño. Se hizo de día mientras revelaba algunas fotografías que había tomado el día anterior. El día alcanzó a Mérode y ésta partió. Las calles aún andaban silenciosas. Tan sólo se escuchaban los arañazos de las escobas contra el suelo. El sol pegaba fuerte e iluminaba la piel blanquecina de Mérode. Serpenteó varias calles hasta llegar a una gran plaza. En el centro, se hallaba el Café “Rien”. Una camarera andaba colocando las mesas y las sillas. Mérode pasó dentro y al final del local se sentó. La camarera se acercó y le tomó nota. -¿Un café sólo y un zumo de limón? –Dijo la camarera- -Sí. –contestó Mérode en un tono susurrante-Al poco de marcharse la camarera, Mérode sacó de su mochila un cuaderno de anillas. Era bastante viejo y las cubiertas estaban muy desgastadas. Al abrirlo, se podía ver muchos bocetos: algunos cuellos, manos, piernas, espaldas y un busto con rostro.Las horas fueron pasando. Ya era casi mediodía. La cafetería estaba repleta de estudiantes y turistas. Mérode sacó su cámara y comenzó a sacar fotos. Al fondo había un grupo de chicas. Mérode se fijó en la curvatura del cuello de una muchacha. Fotografió la parte. A la derecha, una pareja madura tomaban café en silencio. Ambos parecían idos. La espalda de la mujer estaba semi-descubierta dejando ver una leve capa de lunares. El ojo de Mérode volvió a sentir el impulso irreverente de capturar ese espacio. Al rato, cruzó la plaza una chica con el pelo negro y ondulado. La figura le resultaba conocida a Mérode. Se levantó rápidamente tomando sus enseres y marchando a la plaza. Las calles estaban muy concurridas. La desconocida se alejaba más y más sin que Mérode perdiera de vista su silueta. Recorrieron calles sinuosas y estrechas. A veces, Mérode perdió de vista a la desconocida. Tomaba calles sin sentido alguno y volvían a llevarle hasta el paso de la desconocida. Al pasar por el boulevard Général Jacques, la desconocida se paró en una parada del Tranvía. Mérode se paró junto a ella sin mediar palabra. Miró el movimiento de su pelo azuzado por el viento. El Tranvía llegó y ambas subieron. Mérode se puso justo al lado de la desconocida y se giró hasta encontrar su mirada. Mérode la miraba fijamente como intentando recordar su cara. La desconocida aguanto un rato el ataque de miradas de Mérode. Hasta que la tensión parecía que se podía cortar en lonchas.-Perdona, ¿tienes algún problema? No dejas de mirarme tan descaradamente…-Hola –contestó la mirona Belga--¿Te conozco? –Replico aturdida la desconocida--No lo sé. ¿Te llamas Delphine?-No. Te has equivocado. Me bajo en esta parada.

  • #2
    Tobillo

    Cloé paseaba por la Alameda como cualquier
    viernes
    noche. La noche pintaba el cielo de un rojo anaranjado a un azul
    eléctrico. La
    brisa marina correteaba por su escote y hacía que sus
    diminutos vellos se
    tensaran. La Alameda estaba repleta de colores y olores.
    Se iba acercando al
    centro de la ciudad. Su nariz podía percibir el aroma a
    flores y cloaca. Una
    mezcla muy particular. Divisaba al fondo de la calle el
    Bar “Xiqués”. No había
    casi nadie. Sólo estaba Évy. La poderosa y rubia,
    Évy. Siempre se le antojó
    particularmente exótica. Su piel oscura
    contrarrestaba con el color de sus
    cabellos soleados. Generalmente detestaba
    esas combinaciones, pero Évy tenía un
    nosequé, algo distinto. Nada más
    entrar, Évy estiro su boca y se la regaló a
    Cloé. - ¿Cómo va la noche? –dijo
    Évy-- Demasiado fría para ser Agosto. –contesto
    Cloé-- Cierto. Vas a tomar
    algo – le replicó Évy mientras se llevaba a sus
    labios una copa de
    Jägermeister.- No me apetece. Entre saludar. Buenas noches.
    –Dijo
    despidiéndose Cloé-- Hasta Luego, Cló.Prosiguió por las oscuras y
    estrechas
    en dirección a su hogar. En el camino se encontró con varios gatos que
    asaltaban contenedores y papeleras, y alguna vieja que salía a tirar la
    basura.
    El cielo estalló. Una manga de agua, hizo que se escondería en una
    casa semi –
    derruida, para guarecerse del potente goteo. No cesaba. Le
    quedaba como media
    hora de camino y se impacientaba. Los relámpagos
    encendían la calle unos
    segundos. Las gotas de lluvia se le colaban por
    todas las ranuras de su ropa
    haciéndola tiritar. Escuchó algunos pasos y
    asomó su cabeza viendo a una chica
    que corría hacía su refugio en ruinas.
    Una figura femenina, alta y esbelta se
    escurrió entre las sombras.- Vaya
    mierda de noche –exhaló la jóvena
    desconocida-- Pues sí. Al menos
    encontramos este sitio. –le contesó Cloé.Cloé
    observo las piernas de la
    jóvena. Reccorió con sus ojos desde sus rodillas hasta
    los dedos de sus
    pies. Paró en secó en su tobillo izquierdo. La desconocida se
    percató de la
    mirada incauta de Cloé y se echó a reir.- El suelo está muy
    húmedo, vaya día
    para llevar chanclas - Podemos entrar un poco más y ver si hay
    alguna parte
    seca. Esto parece que no cesará en un buen rato. –Dijo Cloé-- Sí,
    porque
    estoy helada. ¿Tienes cerillas o encendedor? - No…Bueno, sí, pero no sé
    en
    qué estado.- Veámos.Las dos muchachas se adentraron más en la casa. Empujaron
    una enorme puerta de madera y pasaron a un extenso patio rectangular. La
    casa
    susurraba un pasado colonial con sus azulejos y sus cuatro columnas.
    Había una
    escalera de metal que subía al segundo piso. Dudaron y pasaron a
    un pequeño
    cuarto que se encontraba debajo de la escalera. El ruido de la
    lluvia sobre la
    casa, sonaba como un redoble intenso y continuo de tambores.
    Encontraron varios
    trozos de tela y de madera, de lo que pudo ser una viga.
    Había una silla
    esquelética, sin asiento. Cloé se acerco y la aplasto con su
    pie. Se hizo
    trizas. Junto toda la madera que encontró e intento prenderla.
    La madera estaba
    húmeda y les fue difícil que se encendiera. Al final,
    gracias a la tela,
    lograron encenderla. - Creo que me voy a quitar el
    pantalón y la camiseta. Qué
    cosas. Con el aguacero y el frío, no te he dicho
    mi nombre. – dijo entre risas
    la muchacha-- Me llamo Ilse.- Bonito nombre.
    El mío es Cloé. Encantada.-
    Igualmente.La luz blanquecina se adentraba por
    los rincones de la casa
    iluminándola. Ilse se quito la ropa y la puso cerca
    de hoguera. Apartó enseres y
    desperdicios y se sentó. Cloé admiraba el color
    de la piel de Ilse. La luz de la
    hoguera, hacía que su piel tomara un color
    tenue muy sensual. Se volvió a quedar
    estancada en su tobillo izquierdo.-
    ¿Qué miras? –Le dijo Ilse mirándola con
    sombras en sus ojos-- Ehm…Tu tobillo
    izquierdo.- Te gusta.- No estoy segura.-
    Acércate.Se acercó y se inclinó
    hasta sentarse a su lado. Ilse estiro su pierna
    y la puso sobre las piernas
    de Cloé. El sofá inesperado, agarró el pie de Ilse y
    se quedó mirando el
    lunar que decoraba la llanura de su tobillo. No pudo
    contenerse y acerco su
    mano rodeando la curvatura del hueso, bajaban y subían
    sus dedos hasta
    terminar sobre el pequeño lunar. Cloé miró la cara de Ilse. Se
    quedaron
    mirándose fijamente un rato. Ilse se inclinó y la beso en los labios.
    Cloé
    pasó su mano por la espalda de Isle y junto su cuerpo al de ella. Sus
    lenguas se acariciaban suavemente, se rozaban, se escondían, dibujaban
    círculos.
    Los labios de Cloé se tornaron rojizos y brillantes. Los brazos de
    ambas
    exploraban partes haciendo dibujos abstractos en espaldas, hombros,
    clavículas…Cloé se quitó la camiseta acercándose más a Ilse, hasta ocupar su
    cuerpo. El peso de Cloé ejercía una leve presión entre las piernas de Ilse.
    Los
    golpes de lluvia sobre la casa marcaba el ritmo del cuerpo de Ilse.
    Cloé, agarró
    los brazos de Ilse y se los llevo hacía atrás, sobre el suelo.
    Se incorporó un
    poco. Devoró con su mirada el torso, los pechos, sus axilas,
    la clavícula, el
    cuello, la mandíbula, los ojos, los labios…de Ilse. Bajó
    despacio y rozo con su
    boca los labios que también brillaban. Introdució su
    lengua rígida en la boca de
    Ilse; la besó con pasión. El agua de sus cuerpos
    comenzaba a brotar por poros y
    jardines oscuros. La lluvia llegaba a todos
    sitios. Cloé se movía más y más
    sobre Ilse, sin soltar sus manos. Desde su
    boca tomó rumbo hacía el sur. Besó
    sus mejillas, saltando dulcemente hacia
    su cuello, devorándolo y lamiéndolo.
    Pasó su lengua por sus clavículas,
    bajaba entre las dos tersas rocas. Continúo
    besando sus pechos duros e
    hinchados. Despacio, muy despacio. Su aliento
    manchaba la piel de Ilse.
    Llegó a su ombligo, lo rodeo varias veces saltando de
    nuevo hacía sus
    caderas. Ilse temblaba, se estiraba debajo de Cloé. Las manos de
    Cloe
    bajaron fugazmente hasta las piernas de Ilse. Lamió sus rodillas lentamente
    hasta llegar a la llanura del lunar en el tobillo de Ilse. Lo besó despacio.
    Chupo uno a uno los dedos de Ilse. Ahora desea volver al norte. Las piernas
    de
    Ilse se abrían a Cloé. Descansó su boca en los páramos negros de Ilse.
    Buscó su
    fruta roja; rodeándola, besándola, mordiéndola…Sus lengua se hizo
    piedra rozando
    esa fruta roja que se hinchaba cada vez más. El calor entre
    sus piernas
    asfixiaba a Cloé, que tuvo que alzar su cabeza para tomar aire,
    para de nuevo,
    décimas de segundos después, volver a enterrarse entre la
    lava roja de Ilse. Su
    pelvis saltaba como un saltamontes. Subió Cloé y se
    encajo a Ilse. Su mirada
    también era roja y brillante, deseosa. Las manos de
    Ilse ataban a Cloé dejándole
    un pequeño espacio para frotarse contra ella.
    Las piernas de Cloé nadaban en
    Ilse. Sus manos se agarraron fuerte,
    encajadas, prietas, pegadas,
    unidas…esperaban el suspiro. Llegaron varios
    alaridos y temblores. Los gritos de
    Cloé hacían que Ilse se moviera con más
    energía, con más fuerza vigorosa. Ambas
    nadaban juntas y se ahogaban
    mutuamente. Los relámpagos pintaron de un azul
    apagado el rostro de Ilse.
    Cloé dejó caer todo su cuerpo sobre Ilse, mientras
    besaba su cuello, pegando
    su rostro más y más. Amaneció. La luz del sol
    penetraba por mil y un
    orificios, convirtiendo el lugar en un universo lleno
    líneas amarillas.Se
    vistieron en silencio. Cloé se puso de rodillas y beso el
    tobillo de Ilse.
    Ambas marcharon, juntas, distantes, sucias y desprendiendo
    luz.

    Comentario


    • #3
      Ocho

      Ocho
      (homenaje a una ciudad como Barcelona,
      la cual me acogió muy bien y a tantas catalanas,
      que me embriagaron con su sonido, con su catalán)

      Llegaba tarde y aún estaba por
      Diagonal.
      Los coches eran como una marabunta de pequeñas hormiguitas
      metálicas; todas
      enfiladas siguiendo un mismo camino. Su teléfono no dejaba
      de sonar y eso la
      alteraba. -Joder, ya voy…-murmuraba a
      regañadientes-Siempre adoró las noches de
      la ciudad Condal.


      El olor a mar le
      hacía suspirar. No podía
      evitarlo. Lo hacía siempre que podía; como en un
      impulso por capturar algo que
      nunca más tendrá. La caravana de coches
      parecía ceder y pudo meterse por una
      callejuela. Las calles estaban llenas
      de gentes paseando; el centro estaba cerca
      y se notaba la afluencia de
      personas. Pasó por delante de la Universidad de
      Barcelona y como siempre,
      sus ojos se quedaron pegados mirando aquel edificio.
      Cuando las órbitas de
      sus ojos se centraron en la carretera, la vio. Frenó en
      seco. Tarde. Se bajo
      del coche y ahí estaba ella: tirada y con los ojos
      cerrados. Se agachó hasta
      ponerse en cuclillas.-Oye, ¿puedes oírme? ¿Estás bien?
      Tocó su cuello con
      suma delicadeza para comprobar el pulso. Respiraba y tenía
      pulso. Tomo aire
      y se sintió un pelín aliviada. Mientras hinchaba sus pulmones,
      la joven que
      yacía en el suelo se había incorporado. Se encontraba algo aturdida
      y su
      cuerpo se balanceaba de un lado para otro. La conductora homicida se acercó
      a ella diciendo-Menos mal que estás bien. Lo siento mucho, me distraje.La
      víctima cayó estrepitosamente en los brazos de la conductora. Se quedó
      mirándola. No pudo evitar fijarse en su clavícula; brillaba, parecía
      alumbrar
      las pecas que le rodeaban. Se sintió algo mal por pensar y fijarse
      en esas
      cosas, dada la situación, no había sitio para tonterías. En ese
      preciso
      instante, los dos ojos rodeados de frondosas y negras pestañas, se
      entreabrieron.


      -¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
      -Hola…no sé como decirlo…pero te atropellé. Te
      voy a
      llevar al hospital.-No, no hace falta, me encuentro bien. Sólo estoy algo
      mareada.


      Con sumo esfuerzo la acercó a su coche y la sentó
      detrás.



      -¿Seguro que
      estás bien?

      -Sí, tranquila. Me llamo
      Estel.

      -Hola Estel. Menos mal que no ha
      pasado nada
      grave. Mi nombre es Laia. ¿Quieres que te acerque a algún sitio?
      Me siento
      bastante mal y no me atrevo a dejarte sola.

      -No hace falta, vivo aquí al lado.
      -De todas formas, déjame acercarte.
      -Vale.

      Laia se puso al
      volante y toma una de las calles
      que le indico Estel.


      -Ya casi
      estamos.-Tú me avisas. No conozco muy
      bien este barri.

      -Es la siguiente calle. Puedes dejarme en la
      esquina.

      -Entendido –dijo
      Laia-


      Laía aparcó en doble fila, cerca de la esquina
      que la
      joven magullada le había indicado. Estel abrió la puerta del copiloto y
      se
      giro hacía Laía.


      -Ten cuidado y no corras mucho, otra puede no
      tener la
      misma suerte.

      -Sí…lo siento
      mucho.

      -Adeu
      -Adiós.Laia se quedó mirando como Estel se perdía
      en
      aquella calle. Miro el retrovisor y tomo rumbo a su destino. Volvió a mirar
      por el retrovisor y vio a Estel corriendo detrás del coche. Paró
      estrepitosamente y se bajó del coche. -¿Qué pasa?-¡Sube, corre, no pares el
      coche, te lo ruego!-Vale, valeLaía se sentó de nuevo y espero a que Estel
      entrara. Arrancó lo más rápido que pudo y pisó el acelerador como si le
      fuese la
      vida en ello. -¿Qué te ha pasado?-Nada, había alguien esperándome
      en el portal.
      Alguien a quien no deseo ver.-Vale. ¿Quieres venir a cenar a
      casa de unas
      amigas? –dijo Laia con voz temblorosa--No sé…no quiero
      estorbar.-No
      estorbarás.-Vale, acepto.Subieron por Muntaner y pronto
      llegaron a la Calle
      Mallorca. Como había intuido Laia, no había
      aparcamiento. Tuvieron que dar
      varias vueltas a la manzana hasta que un auto
      dejó su plaza libre. Caminaron
      unos cien metros y en el número 145 de la
      Calle Valencia, Laia se detuvo. Llamó
      al 5º 2 D y una voz aterciopelada le
      dijo que subiera.El ascensor era diminuto,
      a penas las dos jóvenes entraban.
      Subieron muy despacio entre quejidos del
      ascensor, como si suplicase una
      jubilación. Se detuvo en la quinta planta y las
      dos jóvenes acercaron la
      mano al picaporte del ascensor; el leve roce de sus
      manos, hizo que éstas
      retrocediesen impulsivamente. Hubo silencio. Ninguna daba
      el paso. Esperaban
      a que la otra volviese a tomar el picaporte. Estel se
      adelantó y por fin,
      salieron del pequeño habitáculo. La puerta del piso de Ana
      estaba abierta.
      Entraron por el infinito pasillo hasta el salón. Allí estaban
      todas. Se
      quedaron perplejas cuando vieron a Laia acompañada.-Bueno, ya llegó la
      perdida –dijo entre risas Laura--No esperábamos menos de ti, Laia. Siempre
      tarde. Como te haces de rogar…-apuntillo la chica que agarraba la mano de
      Laura--No seáis malas –Replico la protagonista--¿Nos presentas a tu novia?
      –dijo
      Olga--Es una conocida fortuita. No malinterpretéis, arpías.-Ja, ja, ja
      –Rieron
      algunas-Eran ocho en total, contando con la acompañante de Laia.
      Cenaron.
      Apartaron la mesa que ocupaba un lugar central en la sala,
      apartaron algunos
      muebles y esparcieron por la sala algunos cojines. Marta
      trajo dos botella de
      Nerello mescalese y Sara repartió copas. Estel
      permanecía en silencio. Laia no
      la había presentado y creyó que ese era un
      buen momento.-Chicas, ya sabéis cuán
      informal soy. No os presenté a Estel.
      Os vais a reír, seguro. La conocí esta
      noche por poco le atropello. Pero es
      dura. -¿Nos estás tomando el pelo? –Dijo
      Olga con la tez blanca como la
      cal--No.-Laia liga de forma extraña. Siempre lo
      ha hecho…siempre lo hará,
      Ja, ja –Dijo Elisa tratando de picarla--Cuándo la
      invitaste a cenar ¿antes o
      después de atropellarla con tu coche? –Dijo con voz
      inocentona Pau--Después
      –Contestó muy seria Laía--Ja, ja, ja –Rieron en
      masa--Hola Estel, mi nombre
      es Laura y esperamos que disfrutes de la velada y se
      te pase el susto. ¿Has
      leído algo de Susan Sontag?- Hola. Es un placer estar con
      vosotras. Y sí, he
      leído varios de sus libros: El amante volcán y En América.
      –Contestó
      Laía--Interesante el segundo. ¿No te llama la atención ‘Contra la
      interpretación’?-prosiguió Laura--Sí, lo tengo pendiente. Es interesante la
      crítica y el punto de vista de Sontag sobre el Arte.-Ya saltó Laura con sus
      libros gafapasteros. ¡Relajaos! –Murmuró Ana-La noche fue pasando. Eran casi
      las
      3:00 am. Las botellas de vino estaban regadas por el suelo. Laura y Pau
      estaban
      algo apartadas, abrazadas, medio dormidas…Elisa hablaba
      apasionadamente con
      Estel. Quería hacerle un test. Laia fue a la despensa a
      coger otra botella de
      vino. Sara la siguió.-Oye, es muy guapa la chica que
      atropellaste. ¡Vaya ojazos!
      Seguro que has pensado en acostarte con
      ella.JA.-Pues no…No me parece llamativa.
      -Ajá…te gusta. Te conozco.-No ves a
      Elisa, a ella si le gusta. Espero que no la
      haga incomodar, es
      heterosexual.-Pues yo no veo nada incomoda a Estel. No te
      enceles que ya
      eres mayorcita.-No son celos, Sara, es educación.
      -Si…sí…claro.-¿Cuál cojo,
      Créman o Carcavelos? -El que gustes…me da igualFueron
      de nuevo al salón y se
      unieron al resto. Olga y Ana habían desaparecido. Se
      escuchaban algunos
      ruidos que provenían de la habitación principal. Elisa seguía
      hablando con
      Estel, de libros, música, comida y otros temas mundanos. -La ciudad
      de
      Barcelona ha mejorado con los tiempos y eso de que pretende dar una imagen
      que no es, me parece una absurda falacia –gritó levantándose apasionadamente
      Elisa--Pues a mi me parece de lo más realista. El arrabal no sale en las
      guías
      turísticas. -Sea lo que sea, es una buena ciudad para vivir. Tenemos a
      Gaudí.
      ¿Qué ciudad Española tiene un Gaudí?-Es cierto, vivimos en una ciudad
      bella
      –acuñó Sara--¿El servicio donde queda? Hace rato que necesito ir…Sara,
      le indico
      que se encontraba al final del segundo pasillo, a mano izquierda,
      tercera
      puerta. Estel se levantó y trató de olvidar las indicaciones. No
      quería perderse
      o verse en alguna situación comprometida. Laia se quedo
      pensativa, mientras que
      Elisa seguía hablando por los codos.-Es guapa tu
      amiga. Creo que le pediré su
      número de teléfono.Laia se levantó. Llevaba
      toda la noche dándole vueltas a lo
      sucedido con Estel, al porque de su
      huída. Se dirigió al cuarto de baño y la
      espero fuera. Estel salió y la miró
      sorprendida. Sus ojos estaban más abiertos
      de lo normal. Observaba a Laia
      con sumo detenimiento. Observaba su pelo negro
      alborotado y rebelde. Su
      boca, se le antojaba apetitosa y sentía un fuerte
      impulso de comerse esos
      labios rojos y tiernos. -¿Qué te pasó antes? ¿Quién
      estaba en tu
      portal?-Prefiero no hablar de eso –contestó Estel-Se dirigieron a
      la
      terraza. Estaba plagada de macetas con plantas de todo el mundo. Estel se
      acercó a una en particular y acarició su tallo, impregnándose de su olor, se
      llevo la mano a su nariz. -El jazmín me resulta muy afrodisíaco. –Dijo
      mirando a
      Estel--Ese olor me recuerda a Granada y a unas piernas.-¿Unas
      piernas? –Dijo
      sorprendida Estel--Sí, dos concretamente. No era coja.Estel
      se acercó a la
      barandilla y contemplo las luces de la ciudad. Laia se puso
      justo detrás. No la
      rozaba pero faltaba poco. El aire que expulsaba Laia en
      cada expiración, hacía
      que los pequeños bellos rubios del cuello de Estel se
      estirasen. Estel se giró y
      se encontró de lleno con la boca de Laia. Estel
      se acercó un poco más al
      cuerpecillo de aquella que unas horas antes la
      había atropellado. Las manos
      fueron acelerándose. Tocaron sus cuerpos como
      aquel artesano que amasa la
      arcilla haciéndola estirar, comprimir…El calor
      mutuo hizo que sus prendan
      tocaran suelo. Salieron corriendo hacía el baño.
      Laia tenía agarrada la mano de
      Estel y siguieron corriendo hasta llegar al
      cuarto de baño. Entraron en la
      ducha. El agua de la ducha se confundía con
      el mar que brotaba en forma de
      pequeños riachuelos. Sus manos se abrazaron
      jugando a ser. La ducha exploró
      jardines, espaldas, caderas. Sus bocas
      siguieron la ruta de la ducha haciendo
      peajes en los mismos sitios y en
      alguno más. Laia alzo la pierna derecha de su
      sirena y se la llevo a su
      cintura. Acople finito. Estel apretaba su cuerpo
      contra el de Laia. Ansiaba
      unirse a ella, sentir su sexo hinchado. Laia con su
      cola de sirena irrumpió
      dentro del mar de Estel. Esta mordía su labio inferior
      para que no se
      escapase ningún alarido que interrumpiese la invasión de Laia. Al
      fin Estel
      lloró sin tristeza alguna. Su cuerpo emitió tres pequeños temblores.
      Laia la
      miraba con más deseo pegándose a ella con más fuerza y fricción. Bailaba
      rozándose para ella y la música era la respiración agitada de Estel. Era su
      lija
      y ella su madera por pulir. El roce era rojo como las mejillas de
      Estel. Laia no
      aguantó más y tomó la mano de su madera indicándole su
      destino. Las manos de
      Laia arañaban levemente la espalda de Estel. Hasta que
      la mano de Estel se ahogo
      en las profundidades de Laia. Se quedaron pegadas.
      Respirando al mismo ritmo.
      Laia besaba el cuello de Estel mientras le
      susurraba que quería volver a
      invadirla. Estel acercó la mano de Laia hasta
      su bosque húmedo. Ahora, era Estel
      la que bailaba al son de la respiración
      de Laia. La inundación quemó la mano de
      Estel. Salieron de la ducha y se
      secaron una a la otra sin dejar de besarse.
      Estel se acercó a Laia
      introduciéndole su lengua hasta el fondo. -Voy a por algo
      de vino.-Vale
      –contestó Laia-Pasó un rato y Estel no volvía. Laía se puso una
      toalla y fue
      a buscarla a la cocina. No estaba. Fue al salón. Ya era de día. No
      había
      nadie en la sala. Estaba todo el mundo durmiendo el cansancio acumulado.
      Se
      acercó a la terraza y halló su ropa solamente.Ocho días después fue a aquella
      esquina. Aparcó el coche. Y se acercó hasta el número 234 de la Calle
      Albacete.
      Era allí donde vivía Estel. Espero algunas horas y no apareció. Se
      dirigía al
      coche, cuando vio a Estel. Esta también vio a Laia. Se quedaron
      mirándose a los
      ojos un rato, quietas, en silencio. Estel echó a correr al
      ver que Laia se
      acercaba.


      Durante ocho
      semanas, todos los jueves de cada
      semana, Laia la esperaba en el portal y
      veía correr a Estel en dirección
      contraria.

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