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El seminario como refugio de los gays de pueblo

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  • El seminario como refugio de los gays de pueblo

    La única salida para muchos sigue siendo hacerse sacerdote.

    Lo mismo que a las vecinas en algunos pueblos extremeños las siguen llamando “tía Juana” o “tía Antonia”, aunque no medie lazo sanguíneo alguno; los sacerdotes continúan llevando el don por delante y se les trata de usted. Muchos de ellos se convierten en respetadísimos habitantes de pueblos ajenos, cuyos vecinos ignoran que salieron corriendo del suyo por ser apodados en femenino o con insultos homófobos. Ha sido tan habitual que los homosexuales rurales buscaran refugio en el seminario que las más longevas beatas de Cáceres no han caído en la cuenta de la cantidad de curas amanerados que les han dado sermones hasta que no conocieron televisivamente a Jorge Javier Vázquez.

    Hace unos años asistí a una conversación en la que un cura con vocación tardía juraba a un cincuentón pillo que nunca se había acostado con una mujer pese a haberse ordenado más allá de los 30. El señor no se lo creía, hasta que, una vez ausentado el sacerdote, tuve que abrirle los ojos: “No te ha mentido, o acaso no has visto que todos los curas de su pandilla, formados en su mismo seminario, miran con más interés a los adolescentes de la confirmación que a las feligresas más atractivas”.

    El tiempo me ha vuelto a reunir con aquel sacerdote que realiza escapadas habituales a Madrid con aquel grupo para “comprar artículos religiosos” en las tiendas cercanas a la Plaza Mayor. Muchos de ellos nunca habrían logrado salir a estudiar a la ciudad si no hubieran sido acogidos en el seminario, porque las condiciones económicas de sus casas no se lo permitían o porque la mano de obra en el campo siempre es suficiente. A otros les pesaba como una losa haber pasado la frontera de 25 sin pareja –cómo la iban a encontrar si cuando entraron a estudiar no sabían de la existencia de gaydar o bakala*- en un medio rural en el que todo el pescado sentimental está vendido sobre los veinte, aunque el nivel de divorcios sea luego similar a los de las ciudades.

    Toda esta historia me ha venido a la mente tras toparme, por casualidad, con un post de Dalven Vainor en el que detalla su encuentro con un grupo de seminaristas evidentemente homosexuales frente al seminario de Plasencia (Cáceres), lo que subraya que aquel caso que viví no era aislado, y que habrán sido muchos los que encontrarán paralelismos entre la manera en que su párroco lee la Carta a los Corintios y Jorge Javier repasa el Hola y el Semana en “Sálvame”. Vainor acaba su post con un deseo al que, desgraciadamente, aún le falta tiempo para hacerse realidad: “Algún día espero que los homosexuales de pueblo no tengan que correr a refugiarse en la Iglesia y puedan vivir su sexualidad con plenitud y satisfacción. Saldríamos todos ganando, incluida la Iglesia”.

    Fuente: El seminario como refugio de los gays de pueblo
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