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Carla Represa, mujer transexual lesbiana y activista en colectivo GTLB de Fuerteventu

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  • Carla Represa, mujer transexual lesbiana y activista en colectivo GTLB de Fuerteventu

    Fuente:carlaantonelli.com

    Carla Represa, mujer transexual lesbiana y activista en colectivo GTLB de Fuerteventura




    Mujer a partir de los 40

    Carla Alba es transexual lesbiana tras media vida como hombre

    No se levantó un día sintiéndose Carla. Al contrario, asumir su nueva identidad femenina le llevó años de caos mental y depresiones, sobre todo porque el cambio se produjo cuando había superado la cuarentena. «Mi cabeza se empeñaba en decirme que era mujer y se daba de golpes contra la realidad de tener un cuerpo de hombre y actuar como tal».

    Canarias7-. Mujer transexual lesbiana. Carla Alba Represa (Castellón, 1947) lo dice, que no proclama, con naturalidad a pesar de que encontrar su identidad le ha costado años y enfermedades. «El mío ha sido un camino duro e incluso peligroso físicamente pero, cuando consigues ese equilibrio, te das cuenta de que ha valido la pena».

    Debido a su edad, 58 años, y a los riesgos físicos de la operación del cambio de sexo, esta ingeniera técnica forestal rechaza por ahora pasar por el quirófano pero comenzó un tratamiento hormonal para conseguir el cuerpo de mujer que realmente es. «Me dio miedo. Son seis o siete horas de operación, más luego un postoperatorio largo. Mis hijos también me avisaron del alto riesgo que podría suponer a mi edad». Por eso anuló la fecha de la entrada en el quirófano, «pero todavía no descarto volvérmelo a plantear».

    Cada vez que la llaman Carla, se siente feliz. No es para menos. «Date cuenta que he asumido con 40 y pico años que he vivido como un hombre, a pesar de sentirme mujer. Lo más fácil hubiera sido seguir así el resto de mi vida y no dar a conocer mi auténtica condición». Pero no optó por el camino más fácil, que hubiera sido negar la evidencia de su identidad, sino que decidió cambiar de sexo. Desde entonces, se siente en paz consigo misma, «no voy por hay ostentando ni pregonando que me siento mujer, pero tampoco ocultándolo».

    Militancia en Altihay. Todo el proceso de cambio y asunción de su nueva condición culminó hace unos quince años. «Desde luego, no es levantarte un día y ya está», explica la actual responsable del área de transexualidad del colectivo Altihay de Fuerteventura. Las dudas surgieron con dolorosa frecuencia a lo largo de los años, hasta el punto de que una vez interrumpió el tratamiento hormonal cuando se enamoró de una mujer.

    Hasta que una psiquiatra le aclaró su condición. «Me dijo: eres una persona normal. Tienes una identidad femenina pero eres homosexual porque te atraen las personas del mismo género». En resumen, una mujer transexual lesbiana.

    A partir de este momento, todas las piezas de su vida encajaron. Infancia, adolescencia y madurez. «Entonces caí en la cuenta de que realmente nunca había tenido un carácter muy varonil y que mi comportamiento había sido realmente femenino en todas las épocas de mi vida».

    No se levantó un día sintiéndose Carla. Al contrario, asumir su nueva identidad femenina le llevó años de caos mental y depresiones, sobre todo porque el cambio se produjo cuando había superado la cuarentena. «Mi cabeza se empeñaba en decirme que era mujer y se daba de golpes contra la realidad de tener un cuerpo de hombre y actuar como tal».

    «Me cuesta vivir con este cuerpo»

    guayedra brito

    Desde que en 1998 se enfundó en el primer vestido de mujer, Anita sólo piensa en el tratamiento y la operación para cambiar de sexo. Ese gesto sepultó años de indecisión, desazón e intentos de suicidio, entre ellos la ingestión de 24 nolotiles o de la caja completa de pastillas contra el mareo.

    A pesar de que atrás quedaron casi 30 años como Antonio González Viera (Morro Jable, 1965), Anita todavía tiene una asignatura pendiente. «Todavía me cuesta vivir con este cuerpo, quiero tener el otro, lo que realmente soy: una mujer». La operación del cambio de sexo se vislumbra a lo lejos en su vida debido a la escasa pensión por invalidez que cobra al mes, lo que le obliga a trabajar limpiando escaleras, repartiendo publicidad y otros apaños.

    Además de estar en paz consigo misma, Anita ha conseguido el respeto de la gente. «Ya nadie me insulta, como antes. Noto que la gente me quiere y me trata bien». Conseguida la interiorización de su condición, sólo le queda la costosa vía de su transformación externa.
Trabajando...
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