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La capital mundial del sexo en público está a 3 horas de Barcelona: así lo viven

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  • La capital mundial del sexo en público está a 3 horas de Barcelona: así lo viven

    Cap D'Agde es una villa nudista en la que incluso se puede entrar desnudo a comprar en las tiendas. La playa se convierte cada tarde en una orgía. 40.000 personas van cada verano a esta Sodoma y Gomorra de nuestros días.

    David López Frías

    Son las siete de la tarde y el sol empieza a caer en la playa nudista. De repente, la mayoría de los bañistas que reposaban en sus toallas salen corriendo en bloque hacia un punto concreto de la arena. El motivo es que hay una pareja que ha empezado a practicar sexo. Están rodeados por una masa de hombres desnudos. La chica pide a los presentes un bukkake y ellos, al menos una treintena de desconocidos, empiezan a eyacular sobre ella.

    ¿Es el guión de una película porno? En absoluto. Es una tarde cualquiera, un miércoles laborable, en Cap D'Agde. El auténtico pueblo del sexo en Europa. Sodoma y Gomorra del siglo XXI. Una pequeña villa costera del sur de Francia que está a tres horas en coche de Barcelona. Cap D'Agde es la capital europea (si no mundial) del sexo. Porque el sexo se practica en público cada día y a todas horas. Y no pasa nada. De hecho, esta 'sexocracia' ha puesto al pueblo en el mapa y se ha convertido en la principal fuente de ingresos del pueblo.

    En Cap D'Agde (pronúnciese Kap Dajd), el sexo es el motivo. De todo. Hay decenas de clubes de intercambio de parejas. Hoteles exclusivos para swingers (parejas liberales). La gente va desnuda hasta a comprar medicinas y el sexo se practica a todas horas en la playa. Por las noches, las discotecas se convierten en bacanales, auténticas orgías multitudinarias. Y esta es la razón por la que Cap D'Agde puede llegar a atraer hasta a 40.000 turistas cada verano. Vienen de todas partes del mundo con un eslogan claro en la cabeza: sexo y nudismo.

    Para entender bien qué es el Quartier de Bagnas (auténtico nombre de la villa naturista de Cap D'Agne), conviene ir por partes y dividir la experiencia en tres bloques: la visita al pueblo, la visita a la playa y una noche de fiesta. Como una especie de ópera en tres actos.

    ACTO I: EL PUEBLO

    Para entrar al pueblo nudista de Cap D'Agde hay que pagar. 8 euros por peatón, 18 por pasar con coche. Esa tarifa es trampa, porque si tienes que salir del pueblo por cualquier razón, no te dejan volver a entrar. No hay sello, como en las discotecas. Para experimentar a fondo lo que es Cap D'Agde conviene hacerse como mínimo con un bono de acceso de 3 días. Cuesta 45 euros. La tasa es innegociable. Aunque hayas reservado un hotel dentro del pueblo, sin el bono no te dejan pasar. Es imprescindible entregar primero el DNI. Todo visitante queda registrado.

    Dentro, la atracción no se hace esperar. Casi todo el mundo va desnudo desde la entrada. No se imaginen la playa de Malibú en California. Ni la de Ipanema. Ni la bahía de Sidney, llena jóvenes con cuerpos esculturales y cincelados en el gimnasio. No. La media de edad de los veraneantes de Cap D'Agde es de cincuenta y pico. Hay mucho pellejo colgando. Es todo más… real.

    La mayor parte de los turistas son franceses, aunque abundan los alemanes, los belgas y los holandeses. El nudismo no sólo está permitido en todos lados; en algunas zonas es obligatorio. Yo voy vestido y la gente me mira raro. Y como donde fueres, haz lo que vieres, peleo a muerte contra mi pudor: “Está bien, habéis ganado”, pienso. Y me desnudo. No pasa nada. De hecho, es la mejor forma de pasar desapercibido. Sin ropa es todo mucho más fácil. Se puede entrar desnudo al supermercado, a la farmacia o a denunciar ante la policía. Resulta curioso ver a un hombre dándole explicaciones a un gendarme, muy vehemente... y con los genitales colgando y en movimiento. No parece serio.

    Las fotos están prohibidas en casi todas partes. La gente tolera a los mirones, pero no a los chivatos. Lo que pasa en Cap D'Agde, se queda en Cap D'Agde. Y más en el siglo XXI, con internet propagando de inmediato cualquier imagen indiscreta. Los veraneantes son gente que luego tiene una vida pública en sus respectivos lugares de origen y no quieren que esta afición por la desnudez y el sexo en público trascienda los límites del pueblo.

    Breve historia de Cap D'Agde

    Hasta los 50, Cap D'Agde fue un pueblo de pescadores y todos iban vestidos. A mediados de la década se instaló un camping nudista. Poco más tarde, el gobierno de De Gaulle le dio impulso turístico a la zona y permitió la construcción de varios resorts. Ambos conceptos, nudismo y turismo, se entendieron bien en conjunto y acabaron yendo de la mano. A principios de los 70, Cap D'Agde ya era uno de los principales focos naturistas de Europa.

    En los 90, atraídos por ese espíritu libertino, llegaron los echangistes. O swingers en inglés. Una palabra que no tiene equivalente en castellano y que designa a las parejas liberales que practican el intercambio. Se empezaron a construir locales para ese tipo de clientela y acabaron levantando hoteles enteros para swingers. Michel Houellebecq retrató el pueblo en su novela “Las partículas elementales”, donde uno de los protagonistas es un pervertido.

    El nudismo en Cap D'Agde es vocacional. Tanto, que cuando empieza a refrescar (porque esto es Francia y refresca), la gente se pone sólo la camiseta. Se tapan la parte de arriba y se dejan los genitales al aire, como si fuese una cuestión de principios. Durante el día hay más hombres que mujeres desnudos por completo. Ellas se ponen a menudo un pareo que les tapa la parte de abajo. Ellos, muy coquetos, lucen en su mayoría aros en la base genital. De cuero, con diamantes (supongo que de imitación) o pinchos. Porque ir desnudo no está reñido con ir elegante.

    Merengue, merengue

    Hay comercios de todo tipo: supermercados, restaurantes, heladerías, un estanco y todo lo necesario para no salir del pueblo en todas las vacaciones. Las panaderías venden el Zizi, el dulce típico del pueblo, que no es nada más que un merengue con forma de pene. Pero más de la mitad de los locales son tiendas de ropa erótico-festiva. Tangas, collares, corsés, cuerdas y máscaras llenan los escaparates. La mayoría de los complementos son de color negro.

    Hasta los paquetes de tabaco de los estancos son negros. “¿Eso también es un guiño al tema del sexo?”, le pregunto a la estanquera. “No, eso es porque en Francia vivimos en una dictadura socialista y nos obligan a poner todas las cajetillas de color negro”, me responde ella, visiblemente enfadada. Y así me entero yo de que los paquetes de tabaco en Francia son todos iguales.

    Le pido un paquete de Winston Red (que aquí es Black) y le pregunto con pudor: “Me han dicho que aquí se practica sexo en público, pero yo no veo a nadie por la calle...”. Ella me corrige: “En el pueblo no se puede. Si te pillan te puede caer una multa de 15.000 euros. Aquí se folla en la playa”.

    ACTO II: LA PLAYA

    La playa de Cap D'Agde tiene unos 2 kilómetros de longitud y está dividida en tres partes: la primera es la playa naturista familiar. Es la más grande. Aproximadamente un kilómetro de arena para familias totalmente desnudas. Niños y mayores comparten espacio en perfecta armonía. En esa zona nadie practica sexo.

    La segunda parte se llama 'Le Baie des Cochons' (Bahía Cochinos, como la de Cuba. Un nombre que le viene al pelo) y es la playa naturista para swingers. Ocupa aproximadamente un tercio de los dos kilómetros de playa y el acceso a los niños está prohibido. La tercera parte es la zona gay. Es la más pequeña (no más de 200 metros) y la más vacía. Cap D'Agde es un destino más demandado por parejas heterosexuales que homosexuales.

    Las melés sexuales

    En la playa va desnudo hasta el que vende los helados. Helados, por cierto, marca 'Los Pistoleros' (en español, no me pregunten por qué). Y a medida que avanza el día, los ánimos se van caldeando. Si por la mañana resulta un lugar relativamente tranquilo, por la tarde empiezan las “melés”. Como en rugby. Se trata de una aglomeración de gente que se forma en torno a una pareja (o grupos de personas) que se animan a tener sexo delante de todos. Para encontrar una melé sólo hay que levantar un poco la cabeza y buscar una montonera de gente formando un corro.

    Es llamativo ver a grupos heterogéneos de personas desplazarse de forma simultánea de un lado a otro de la playa, como un rebaño de borregos. Una pareja empieza a tener sexo y se concentran en torno a ellos 20, 30, 40 personas. Cuando acaban (o cuando el pudor les hace desistir), la masa se desplaza hasta otra toalla donde otros estén fornicando. Y así toda la tarde.

    Incluso la morfología de cada “melé” es distinta. Cuando hay una especie de corro abierto, significa que las personas que hay en el centro están practicando sexo, pero sólo permiten mirar. Si la melé es muy cerrada, es que los amantes les han dado a los espectadores, de algún modo, permiso para participar.

    A veces hay mala suerte; la pareja que tienes al lado se calienta y el corro de los pervertidos se forma justo a un metro de ti. No puedes evitar que se concentren a tu lado como medio centenar de personas, la mayoría hombres, en pelotas y masturbándose. Lo mejor en esos casos es huir a otra parte de la playa, porque la masa no atiende a razones del tipo: “Perdona, ¿te puedes apartar por favor, que me tapas el sol o me vas a sacar un ojo?”.
    Fotos = peligro

    Hay un pacto no escrito que prohíbe de forma rotunda la captura de imágenes. Un belga saca el móvil y se dispone a grabar sin taparse demasiado. En cuestión de segundos, cuatro personas le echan una buena bronca. El belga, abochornado, guarda el teléfono. Hacer fotos en Bahía Cochinos puede ser motivo de un linchamiento. Es jugársela. Pero aquí hemos venido a jugar.

    No publicaremos vídeos por ser demasiado explícitos, pero una búsqueda simple en Google con las palabras “Cap D'Agde Sex” le proporcionará, en las primeras entradas, una aproximación en vídeo de lo que se vive a diario en la playa de los swingers.

    Otras cosa que llama la atención es que, cuando la gente sale en estampida en dirección a un corro, deja sus cosas sin vigilancia en la toalla. Me imagino una escena así en cualquier playa de mi Barcelona natal y cuando vuelves, los rateros se han llevado hasta la arena. “¿Es que aquí no roban?”, le pregunto a un matrimonio francés de unos 50 años que lleva 10 veraneando aquí. “No, nunca pasa nada. Presentas el DNI cuando entras. Si falta algo, es fácil identificar al ladrón y pillarlo”, me explica la mujer. El marido aprovecha para tirarme un chiste muy recurrente aquí en Cap D'Adge y que he escuchado varias veces en dos días: “Aquí no hay ladrones. ¿Dónde iban a meterse lo robado? ¿En el culo?” y ríe a carcajadas.
    Voces discrepantes

    No todo el mundo está de acuerdo con que se practique sexo en la playa. Cerca de mi toalla hay una melé de sexo y al lado una pareja de británicos de unos 60 años. Desnudos, pero con mala cara. Especialmente él. Le pregunto que qué le parece el espectáculo y me contesta que “disgusting”, palabra que yo traduzco como “asqueroso”. El señor cree que estas prácticas desvirtúan el espíritu naturista. “Es asqueroso. Somos nudistas desde hace muchos años y esto sólo le da mala reputación. Esto no es nudismo, es vicio”, espeta. Le pregunto que por qué no se va entonces a la playa familiar, donde está prohibido el sexo. “Disgusting”, me replica como única respuesta. Pero no se va.

    Las melés van rotando por toda la playa casi a cada instante. Sería divertido ver toda la secuencia desde el aire, observar cómo una masa uniforme de gente se desplaza de un lado a otro de la playa buscando su ración de voyeurismo, como manadas de nómadas. Una pareja se anima y ella le empieza a practicar a él una felación. Enseguida están rodeados de mirones masturbándose. Ella se corta, se arrepiente, deja lo que estaba haciendo y se tumba boca abajo, como escondiéndose. Los mirones, decepcionados, se alejan poco a poco. Ni un minuto más tarde, eso mismos mirones salen en bloque, como una exhalación, hacia otro punto de la playa: la razón es que cuatro sexagenarios (creo que alemanes) empiezan a practicarse mutuamente sexo oral, formando una especie de trenecito muy raro, bastante más efectista que efectivo. Medio centenar de personas se concentra en torno a ellos.

    Detrás de la arena hay unas dunas. Dos chicos con camiseta se masturban desde allí. Un tercer amigo, que está metido en el corro, les dice que se acerquen, que no pasa nada. Los otros dos niegan con la cabeza y siguen zurrándose la sardina desde las dunas. Tal vez lo consideran mas auténtico así, escondidos. Cosas del morbo.

    A las siete, los ánimos ya están muy caldeados. Una pareja empieza a practicar sexo. De inmediato se arremolina en torno a ellos un gentío no visto antes en toda la tarde. El motivo es que ella, al acabar, ha pedido a los presentes un bukkake. Una treintena de hombres eyacula sobre ella. Cuando parece que todos han acabado, ella pregunta si queda alguno. Interpreta el silencio administrativo como un “no” y se mete en el agua a limpiarse. Cuando sale, un hombre se va a preguntarle algo, no sé exactamente qué. Ella lo rechaza cortésmente. “Esta noche, en la fiesta”, le emplaza. Porque en realidad, la fiesta todavía no ha empezado.

    Fuente: Seguir leyendo: http://www.elespanol.com/reportajes/grandes-historias/20170722/233227024_0.html
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