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Orgullo gay a partir de los 60: no hay edad para salir del armario

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    Cada vez más los mayores LGTBI deciden visibilizar su verdadera sexualidad, a pesar de los prejuicios que aún persisten en la sociedad. Nunca es tarde para ser libre.

    Nacho Meneses
    Una de las comedias más populares de Netflix, Grace and Frankie, narra desde 2015 las vicisitudes de dos mujeres tras descubrir que sus maridos, amigos de toda la vida a punto de jubilarse, llevan 20 años teniendo una aventura; ante el estupor familiar y aprovechando que el matrimonio homosexual es por fin una realidad, deciden abandonarlas para casarse. Un argumento que bien podría servir para ilustrar la situación de muchos mayores LGTBI si no fuera por los numerosos prejuicios y obstáculos sociales y familiares que continúan existiendo en la sociedad. Hace hoy 40 años, el 28 de junio de 1978, 7.000 personas se manifestaron por primera vez en Madrid para reivindicar la despenalización de determinadas opciones sexuales, y coincidiendo con este aniversario comienzan los actos de celebración de Madrid Orgullo 2018.

    “Este es el año de la memoria”, dice Federico Armenteros, presidente de la Fundación 26 de Diciembre en defensa de los derechos de los mayores LGTBI. “Es el aniversario de la primera manifestación del Orgullo en Madrid, pero también de la derogación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que había sustituido a la de Vagos y Maleantes (…). Ahora mismo el colectivo está con otras problemáticas que son importantes, como la situación de los transexuales, los jóvenes, el bullying en las escuelas… Pero todo esto tiene que estar unido a la memoria. Hace 40 años era imposible salir del armario porque te encerraban. Nos podían hacer de todo y cualquiera te podía denunciar”, recuerda. “Nadie ha trabajado eso; hemos sido vilipendiados y machacados. Nuestra historia se tiene que limpiar, se tiene que resarcir aún a esas personas víctimas de la homofobia del franquismo. No hay ni un monumento, y los símbolos son muy necesarios”.

    La misma sociedad que sigue sorprendiéndose al hablar de sexualidad activa en la tercera edad tiene aún más dificultades para aceptar que alguien quiera visibilizar su verdadera sexualidad a una edad tardía, algo que cada vez es más común. “Hay personas que por sus circunstancias se ven obligadas a ocultarlo a lo largo de su vida. Sin embargo, no hay edad para salir del armario... Ocultarlo puede suponer un mayor riesgo de depresión, ansiedad y estrés”, cuenta Paula Alcaide, psicóloga especializada en terapia afirmativa lesbiana. Para ella, nunca es tarde para dar el paso y los beneficios son múltiples: “A nivel psicológico añade bienestar y a nivel social implica la no aceptación de un sistema heteronormativo que excluye a muchas personas”.

    La decisión, evidentemente, no es fácil, como apunta María Victoria Ramírez, sexóloga y psicóloga de la Lasexologia.com: “Una persona homosexual o bisexual puede temer el rechazo por parte de sus compañeros de trabajo, la pérdida de ventajas e incluso el despido. Además, hay personas mayores a las que les ha costado mucho (y aún les cuesta) aceptar su propia orientación sexual; no digamos ya vivirla en libertad”. La presión social es considerable, al igual que el temor al rechazo familiar, como apunta Armenteros: “Crees que te van a odiar y abandonar; temes perder el cariño de tus hijos, de tus nietos… Tienes que tener un apoyo. Nosotros hemos ayudado a muchos a salir del armario junto con sus hijos”. Es importante destacar que esto “nunca se hace en contra de nadie sino porque la persona necesita ser auténtica y estar tranquila, dando coherencia a su yo interno y su yo social” añade Alcaide. “No es recomendable que las personas se invisibilicen por sacrificio hacia su entorno, porque nunca se nos ocurriría pedirle a una persona heterosexual que ocultase cómo se siente, a quién ama, a quién desea, cómo vive... Ni es lógico ni es sano vivir en una mentira por el qué dirán”.

    Sin embargo, el que una persona mayor opte por visibilizarse “dependerá de que existan opciones que les faciliten la vida, entornos que les acojan, vínculos personales que no les juzguen negativamente y les acepten”, dice Ramírez, como la futura puesta en marcha en Villaverde (Madrid) de la primera residencia de mayores LGTBI a cargo de la Fundación 26 de Diciembre. “Muchas residencias y centros asistenciales parten de la premisa que todos los mayores son heterosexuales, con lo que muchos mayores homosexuales no se sienten acogidos ni sienten esos espacios como propios. Además, muchos de estos centros están gestionados por la iglesia católica, lo cual les obliga a envejecer en soledad o a “volver al armario” en ellos”. Las 66 plazas de la futura residencia, en un local cedido por la Comunidad de Madrid, servirán “para darles tranquilidad y que se sientan no solo atendidos sino también comprendidos”, señala Armenteros, que llama la atención sobre la especial vulnerabilidad de este colectivo. “Tenemos un alto índice de enfermedades mentales, de depresión e incluso de suicidios… porque los mayores no tienen familiares que les apoyen. Tenemos muchos casos de deterioro cognitivo, de Alzheimer y de Parkinson a los que por fin se está dando respuesta… Lo peor es el aislamiento que muchos sufren: nadie te llama ni se preocupa por ti”. Muchos mayores de 70 u 80 años se quedan en sus casas “porque es el único sitio donde se sienten seguros y nadie les culpa o les ataca. Si tienen sida les dicen que ellos se lo han buscado por ser maricones… A ellos nadie les cuida y por eso surgió la fundación, para buscar recursos y que puedan vivir con una calidad de vida aceptable”. También están hablando con el ayuntamiento para que cree al menos un centro de mayores LGTBI “que facilite un envejecimiento activo y saludable”. La Fundación Enllaç, en Barcelona, trabaja también por la dignidad y sus derechos.

    Para quien ha vivido gran parte de su vida en esta suerte de clandestinidad sexual, a veces incluso con una homofobia interiorizada con sentimientos de vergüenza, culpa, ansiedad e hipervigilancia, salir ahora del armario es un proceso en el que primero es necesario vencer no pocas barreras internas. “Muchas de las personas que ahora tienen 60 o 70 años vivieron en sus carnes la represión y persecución por parte del franquismo y de parte de la iglesia. Recordemos que la Ley de vagos y Maleantes castigaba con prisión su orientación del deseo. Socialmente eran rechazados y perseguidos; y luego tuvieron que hacer frente a los inicios del sida, cuando se sabía tan poco y fueron tachados como “grupo de riesgo”, dice Ramírez. “Al estigma de ser homosexual o lesbiana se une el de ser mayor en una sociedad que ensalza la juventud”. Muchos mantienen relaciones no reconocidas legalmente, con lo que al morir su compañero o compañera pierden protección y derechos patrimoniales. “Para no pocos, el matrimonio entre parejas del mismo sexo ha llegado tarde”. Y si viven en un entorno rural o en una población pequeña, que suele ser más conservadora y homófoba, las dificultades son aún mayores.

    Una vez el mayor decide visibilizar su verdadera sexualidad, “la actitud de la familia debe ser de absoluto respeto”, sostiene Alcaide, ya que hacerlo “implica que ha tenido que hacer un proceso de autoaceptación y afirmación complejo, luchando con sus propios prejuicios, con miedo de perder a la familia y a las personas que quiere, a que se le estigmatice. Es importante que los familiares no hagan sentir a la persona que les está fallando ya que no es una elección y por tanto no es ni debe ser algo modificable ni castigable”. Si los familiares tienen problemas en aceptar la nueva situación, pueden acudir a asociaciones LGTBI, que suelen tener grupos de apoyo familiar, e incluso acudir a un sexólogo o sexóloga. Y sobre todo “no culpar nunca a la persona por su sexualidad, ni tacharlo de capricho, afirmar 'que lo mejor sería que disimulara' o tratarlo como una enfermedad o trastorno. A veces la propia familia necesita educación sexual, alguien que les oriente y un poco de tiempo”, señala Ramírez.

    Y aunque sea difícil generalizar, porque cada caso es diferente, si la acogida del entorno es buena no hay motivo para no disfrutar de su sexualidad el resto de su vida. Ese miedo inicial, señala Alcaide, “se transforma en tranquilidad y coherencia. El hecho de no tener que mentir hace que se sientan más libres y se rebaja la sensación de tener que estar controlando constantemente. Viven su afectividad y su sexualidad de una forma diferente ya que su autoestima se fortalece porque se dan cuenta de que algo que les causaba pavor lo han podido afrontar y se han hecho valer, porque también son personas válidas y tienen derechos”.

    Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/06/28...72_802145.html
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