Anuncio

Colapsar
No hay anuncio todavía.

Por qué los gais nos llamamos maricón entre nosotros (y por qué los heteros no pueden hacerlo)

Colapsar
X
 
  • Filtrar
  • Tiempo
  • Mostrar
Limpiar Todo
nuevos mensajes

  • Por qué los gais nos llamamos maricón entre nosotros (y por qué los heteros no pueden hacerlo)

    Modern Family1.jpg

    por Victor M. González

    El mes del Orgullo LGTB+ es el momento perfecto para dar respuestas a preguntas, para llegar al punto culmen de ciertos debates, que debemos estar haciéndonos constantemente, todo el año. No solo por parte de quienes pertenecemos al colectivo, sino como sociedad en conjunto, aunque esto último quizá es mucho pedir.

    En 2019 nos planteamos por qué los gais hablamos en femenino (y si está bien o está mal), y en 2020 lo hacemos con otra cuestión referida a prácticas y códigos propios que a veces ni siquiera los que estamos dentro de la comunidad sabemos responder: por qué los gais podemos llamarnos “maricón” entre nosotros (pero los heteros no).

    Para ello hemos recurrido a dos personas que saben mucho más que nosotros. Por un lado, Gabriel J. Martín, pionero en España de la psicología afirmativa gay, autor recientemente del libro Gay Sex: Manual sobre sexualidad y autoestima erótica para hombres (Roca Editorial). Por otro, Ramón Martínez, Doctor en Filología, activista y autor de varios ensayos sobre temas LGTB, siendo el último Nos acechan todavía. Anotaciones para reactivar el movimiento LGTB (Egales).


    Una lección de historia


    En primer lugar, hagamos un poco de historia. ¿De dónde surgen términos como “maricón”, “marica” o “mariquita”? ¿Por qué tienen una presencia tan destacada y peyorativa en el imaginario? “El primer registro escrito de ‘maricón’ lo encontramos en 1517, en la Comedia Serafina, de Bartolomé Torres Naharro. El término se emplea para criticar al varón que no se comporta como tal, que no corteja a las mujeres, y así se dice de él que ‘al hombre que no lo hace / lo tienen por maricón’, nos explica Ramón.

    “El origen etimológico es muy claro: viene de ‘Marica’, que era entonces el diminutivo más popular para el nombre de María. Así, todo hombre que no se comportara exactamente como se esperaba de su género era considerado afeminado, equivalente a una mujer, a una María cualquiera”, continúa.

    “Durante mucho tiempo se empleó, junto con ‘marica’, registrado años después, en 1594, y ‘mariquita’, mucho más difícil de precisar por su homonimia con el insecto. De este modo, durante nuestros Siglos de Oro, se empleó ‘maricón’ y sus variantes como equivalente a afeminado, mientras que era ‘puto’ el término vulgar para referirse a quien entonces se catalogaba como ‘sodomita”, recuerda Martínez.


    Qué es la reapropiación


    Entonces, si es una palabra ofensiva, ¿por qué la hemos incorporado los hombres gais en nuestro día a día para referirnos a nosotros, incluso cariñosamente? Este proceso se conoce como reapropiación. ¿Te suena la relación de la comunidad negra con la N-word? Pues es lo mismo. “No imagino otra razón para que nosotros utilicemos estos términos, anteriormente despectivos, si no es porque los empleamos de forma reapropiada”, propone Gabriel.

    “Es un fenómeno que se ha dado en nuestra comunidad, en la comunidad negra pero también en el feminismo. Tengo entendido que Alejandro Dumas hijo utilizaba la palabra ‘feminista’ para desprestigiar a los hombres que apoyaban a las mujeres en sus derechos. Es decir, comenzó utilizándose como un insulto contra lo que hoy llamamos ‘aliados”, incide.

    “El fenómeno de reapropiación, como ves, es ubicuo y no corresponde en exclusiva a los maricones. A mí, al respecto de ‘maricón’, me gusta recordar a Miguel de Molina, que la dotaba de solemnidad cuando decía ‘yo no soy mariquita, yo soy maricón, que suena a bóveda”, cita Gabriel.

    Ramón Martínez va un poco más allá. “La reapropiación tiene una intencionalidad política, y es fácil percibir el uso de todos esos conceptos despectivos más allá de esa pretensión reivindicativa. Yo considero que puede reconocerse, dentro de lo que conocemos como cultura gay, una especie de lenguaje en clave donde el uso del femenino tiene una función lúdica que sirve como mecanismo de reconocimiento mutuo”.


    Nosotros sí, los demás no


    Hay quien piensa, fuera del colectivo, que si los que estamos dentro usamos “maricón” tan libremente, ellos tienen carta blanca. No es así. Está censurado para los demás. De nuevo, al igual que los blancos no pueden usar la N-word. Gabriel puntualiza. “Nosotros lo usamos como una marca lingüística de complicidad entre nosotros, pero eso no significa que la complicidad no pueda provenir de otras comunidades, especialmente si son amigos cercanos o familiares”.

    “Tengo amigos heterosexuales que utilizan esta palabra para referirse a sus hermanos gais, y me consta que lo hacen con cariño”, ejemplifica. “También es cierto que siempre está el heteruzo que se quiere hacer el gracioso y que debajo de esa supuesta complicidad tiene la pretensión de insultar. Creo que lo que censuramos es el uso insultante que nos quieren vender como cómplice”.

    En este punto, Ramón pone sobre la mesa lo siguiente. “Es un problema más grave de lo que parece a priori. La división en una comunidad lingüística es algo que realizamos, digámoslo así, desde nuestra acera. Tiene su explicación y un origen evidente en una forma de defendernos de los ataques, pero para quien nos mira desde el otro lado de la calle, que no participa en nuestros códigos ni los reconoce como válidos, esa diferenciación empoderadora no tiene sentido ni utilidad”.

    “No es pedagógico. No enseña nada a quienes nos obligan a la otredad. Solo les indica que no forman parte de nuestro grupo. Y es curioso, porque la existencia de nuestro grupo tiene como fundamento ser víctimas de la exclusión”, continúa.

    “Podría decirse que responder a la exclusión con otra exclusión afianza las exclusiones, no las cuestiona. Debemos reflexionar sobre cómo pretendemos desarrollar nuestro activismo: excluyendo a quien nos excluye o erradicando la exclusión primera”.




    División dentro del propio colectivo


    Por razones como esta, la reapropiación de “maricón” genera diferentes visiones dentro del propio colectivo. “Si de pequeño los matones del colegio te golpeaban, te tiraban al suelo del patio y te pisaban la cabeza mientras te escupían y gritaban ‘maricón’, mucho cariño no le puedes tener a esa palabra. Pero tampoco es realista pensar que podemos eliminar este término del imaginario ni del léxico, porque es una palabra que lleva con nosotros 500 años, y no va a desaparecer así porque sí”, plantea Gabriel.

    En cualquier caso, lo que importa no son las palabras sino las intenciones. Imagínate la misma escena que te he descrito antes, solo que, en lugar de ‘maricón’, te gritan ‘gay’. El resultado es exactamente igual de humillante sea cual sea la palabra que se utilice, aunque es verdad que hay palabras que se han utilizado mucho más frecuentemente con mala intención que otras”, señala.

    Cuando le preguntamos a Ramón, reflexiona sobre lo siguiente. “Para valorar adecuadamente esa estrategia de la reapropiación hay que saber diferenciar entre el significado denotativo y connotativo de las palabras. Es decir, saber si una palabra significa algo peyorativo en sí misma o ese contenido le ha sido añadido y puede eliminarse. Un concepto como ‘maricón’ es peyorativo de forma denotativa: es imposible erradicar de él su carga negativa porque es la que lo constituye”.


    Argumentos para la reflexión


    “Existe, además, el problema de que puede servir como clave comunicativa de reconocimiento mutuo, pero encontramos entonces que perpetúa un sistema simbólico donde la homofobia sigue vigente, donde un varón gay o que simplemente no se comporta completamente de acuerdo con el género que le fue prescrito sigue considerándose una mujer, una María”, asegura.

    Por mucha comodidad que nos pueda aportar su utilización no deberíamos olvidar esa responsabilidad en la preservación de todo un sistema que nos persigue. A pesar de que en ocasiones pueda ofrecer algo de calor, no podemos olvidar que la hoguera de la Inquisición sigue siendo una hoguera a la que alguien puede arrojarnos”, concluye Martínez.

    En este caso, como debería ser en todos, aprovechemos la diferencia de opiniones para enriquecer el debate. Y sobre todo, para garantizar que todos seamos capaces de cultivar nuestro criterio para actuar en consecuencia en plena celebración del Orgullo LGTB+.

    Fuente: https://www.revistagq.com/noticias/a...zdAaqqN3f9OFM0
Trabajando...
X