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Las experiencias múltiples de ser lesbiana en Nicaragua

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  • Las experiencias múltiples de ser lesbiana en Nicaragua

    Cristina Arévalo Contreras

    Cuando decidí escribir estas líneas sobre lo que significa ser lesbiana en
    Nicaragua, pensé que yo estaba en una posición “privilegiada” para hacerlo.
    Porque por un lado: vivo sola, en una zona que --hasta el momento-- ha
    sido agradable, tengo trabajo, vehículo, no tengo que darle cuentas a nadie
    de dónde estoy, a qué hora vuelvo y con quién estoy; he podido --hasta el
    momento-- solucionar alguno que otro problema de salud… entre otras cosas.
    Soy digamos, independiente. Y cuando salí del llamado clóset, “nadie se
    infartó, nadie se murió, nadie colapsó”, como decíamos Las Hijas del Maíz.

    Mi familia estaba lejos y al menos de quienes me importaba muchísimo su
    opinión, se lo tomaron con una calma sorprendente: fueron de lo más
    respetuosas y se portaron en realidad espectaculares. Mi mamá estaba lejos
    y para no angustiarla o preocuparla no se lo dije en su momento, claro que
    se enteró después… mucho tiempo después; sin embargo, su reacción fue
    también espectacular. Me di cuenta que había sido más terrible encerrarme
    en mi propio clóset creyendo que la iba a dañar, que la molestia que le
    ocasionó enterarse por otra persona y no por su propia hija a quien quiere
    tanto, como ella misma me lo dijo.

    Sin embargo, esta realidad es mía. Puede ser que una situación como la
    mía o similar, la tenga más de una. Pero no es así para muchas lesbianas
    que he conocido en Nicaragua de las más diversas procedencias.
    Las realidades de otras lesbianas nos dicen: que no tienen un trabajo fijo
    que les permita independizarse; que han padecido discriminación en los
    centros de salud; que han decidido tener hijos/as y/o casarse, para
    demostrarles a sus familias que son “verdaderas mujeres”; que han recibido
    palizas porque sus padres o madres prefieren tener en sus familias “putas”
    antes que tener una “cochona”; que hablan de su pareja como su amiga
    cercana… cercanísima o como su prima; que se visten como no quieren hacerlo, “porque es mejor así para que nadie sospeche que soy lesbiana”; que tienen
    que soportar preguntas como “quién es el hombre en esa relación”; o “cómo
    es que eres tan bonita y eres lesbiana”; que no pueden compartir con sus
    familias eventos importantes, porque en esos eventos vendrán cientos de
    preguntas inquisidoras como: para cuándo te nos casas, para cuándo un nieto,
    cuándo nos presentas a tu novio, cómo me dijiste que se llama tu novio, y
    otras por el estilo; o que han tenido que enfrentar comentarios como “te voy
    a hacer sentir mujer otra vez” o “lo que le hace falta es un buen hombre que la componga”, que en realidad son una abierta
    amenaza de violación y en el peor de los casos, las que han vivido en carne
    propia el cumplimiento de esa amenaza. Aún hoy en pleno siglo XXI, hay
    muchas mujeres que quisieran dinamitar los clósets y estar seguras que al
    hacerlo no estarán poniendo en riesgo su propia integridad.

    Esta lista la podría hacer más grande, no la he inventado yo. Son experiencias
    que he escuchado a lo largo de los últimos años en que me he vinculado más
    con lesbianas activistas y no activistas, jóvenes y no tan jóvenes, de Managua
    y del interior del país y de más allá de nuestras fronteras. Y son en realidad
    una muestra del daño que hace la discriminación a la vida de miles de mujeres
    y de lo lejos que estamos de tener una sociedad respetuosa de las diferencias.

    Activista feminista, integrante del programa feminista La Corriente y
    del grupo de teatro Las Hijas del Maíz.


    Fuente: Elnuevodiario.com.ni

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