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La extrema derecha que ha venido para quedarse

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    La extrema derecha que ha venido para quedarse


    Mariano Sánchez Soler*


    El fantasma del fascismo se ha instalado en el planeta con el avance del siglo XXI. A las tradicionales tiranías de corte censor y militar, como la Rusia de Vladimir Putin, la China de Xi Jinping o la Corea del Norte de Kim Jong-un, entre otras muchas, se ha unido la ingesta del totalitarismo en los principales órganos de las democracias clásicas, como el Parlamento Europeo, el gobierno de Israel, el paso de Bolsonaro por Brasil o la asimilación por la mitad de los estadounidenses de la doctrina ultra de Trump. Como analiza el autor en este ensayo, España no está al margen de una extrema derecha que ha llegado para quedarse en las instituciones, con la promesa de destruir para siempre lo que llaman la “dictadura progre”.

    NO DEJES QUE LA REALIDAD estropee un buen reportaje, afirma el axioma clásico del periodismo sensacionalista. Algo similar podría decirse tras la irrupción de la formación ultraderechista Vox en las instituciones parlamentarias españolas. No dejes que la realidad estropee la normalización y aceptación de la extrema derecha como fuerza política democrática.

    En poco tiempo, Vox se ha convertido en el tercer partido más votado en España. Con tal de alcanzar el Gobierno, la derecha española tradicional se muestra dispuesta a pactar con el diablo, si es preciso. Desde la izquierda, anclada a viejos clichés, no han entendido la dimensión del fenómeno y han lanzado un discurso anacrónico que denuncia las maldades de un fascismo de correajes y holocausto. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Por qué en España no se había implantado electoralmente un partido de extrema derecha hasta 2018? ¿Éramos o somos realmente una excepción en Europa? Vamos a contestar a brevemente estas cuestiones, estudiadas con detalle en mi libro La larga marcha ultra (Roca, 2022).

    La cercanía temporal del franquismo fue determinante en un momento en que la sociedad española “necesitaba” un cambio democrático. La salida de la dictadura franquista fue más abrupta de lo que se pregona, pero estuvo controlada por la derecha postfranquista que, en su mayoría, había hecho carrera en el interior del Régimen (ex ministros, ex consejeros del Movimiento, ex procuradores…).

    Evidentemente, los dirigentes de la extrema derecha española de los años setenta y ochenta del siglo XX también provenían del aparato franquista: la Falange en sus diversas escisiones, Tradicionalistas, Confederación de Ex Combatientes… Un universo atomizado y en retirada donde el principal partido ultra, Fuerza Nueva, era una combinación de nostálgicos del franquismo y “cachorros” neofascistas deseosos de pasar a la acción (y así lo hicieron). Todos querían detener el avance democrático y uno de los medios para conseguirlo fue la utilización de una violencia selectiva (ver mi libro La transición sangrienta, Península, 2018), con un reguero de sangre, vertida en atentados y terror callejero (que se cobró las vidas de Arturo Ruiz, los abogados de Atocha, Yolanda González, Vicente Cuervo…). Su máximo dirigente, Blas Piñar, había sido consejero nacional del Movimiento, procurador en Cortes y director de Cultura Hispánica. Era “lo viejo” en un momento histórico en el que “lo nuevo” no acababa de nacer.

    Con todo, Piñar consiguió ser diputado en 1979 por la coalición ultra Unión Nacional al obtener poco más de 60.000 votos en Madrid. Con estas palabras, se dirigió Blas Piñar a la derecha gobernante de la Unión de Centro Democrático (UCD) el 19 de febrero de 1981, durante la sesión de investidura del presidente Calvo-Sotelo: “Ustedes tienen como objetivo descristianizar al pueblo español, poner en peligro la unidad histórica y política de España y cambiar ideológicamente a los españoles”. La frase contenía el nuevo reto: la ultraderecha franquista contra la derecha postfranquista.


    PIÑAR FUE EL ÚNICO precedente parlamentario de la extrema derecha española antes de Vox, grupo que ha tomado el relevo del discurso político de Piñar, aunque sin referencias directas al franquismo. Así habló el líder de Vox, Santiago Abascal, el 21 de octubre de 2020, desde la tribuna del Congreso de los Diputados: “Existe una mayoría de españoles que disiente con todas sus fuerzas del consenso progre que ha menospreciado nuestra nación y nuestra historia, y que pretende que el único futuro posible para España es que sea una nación sometida y troceada (…) España es una realidad histórica, superior y mejor a la coyuntura infame de este Parlamento”. Habían pasado más de treinta y nueve años entre ambos oradores, pero el discurso es el mismo.

    Durante estos cuarenta y siete años de postfranquismo transcurridos hasta hoy, la extrema derecha española se redujo paulatinamente a un pequeño reducto de origen heterogéneo (ultranacionalistas, falangistas, neofascistas, nazis, integristas católicos, identitarios ultras, neofranquistas, nacional-revolucionarios…), invisible públicamente y sin ningún peso electoral. En las generales de 1977, toda la ultraderecha española obtuvo 162.781 votos. En las de 2015, cuando Vox se presentó a sus primeros comicios generales, toda la extrema derecha resistente y marginal obtuvo apenas 9.915 votos, mientras la nueva formación encarnada por Vox alcanzaba los 58.114 votos. Poca cosa todavía, pero que anunciaba la inminencia de un salto.

    Un año antes, en los comicios al Parlamento Europeo (con circunscripción única, recordemos), el recién fundado Vox obtuvo 246.833 votos, mientras el resto de la extrema derecha alcanzó apenas los 78.589. A la formación liderada por Abascal le faltaron apenas 1.700 votos para obtener un diputado en Europa, donde la extrema derecha francesa, italiana, alemana y austriaca, principalmente, contaban con representación parlamentaria desde los años 80 del siglo XX, tanto nacional como continental. Los neofascistas españoles aprendieron la lección, dejaron de presentarse en los últimos comicios generales y comenzaron a practicar el voto útil con Vox.

    ¿Dónde estaban esos votantes? ¿Y los cuadros políticos? La respuesta es evidente: la mayoría de ellos en el Partido Popular (PP), “casa común” de todas las derechas desde José María Aznar. El voto ultra estaba en el PP (antes Alianza Popular) y también muchos de sus dirigentes y candidatos. Allí se quedó durante años, con algunas excepciones coyunturales y de corta duración: el voto de “los cabreados” se marchó en ocasiones a la Agrupación Ruiz-Mateos, al GIL y al PADE, grupo escindido del PP a mediados de los años 90. La extrema derecha estaba “refugiada” dentro del PP y su voto se mantuvo ahí hasta la escisión de Vox en 2013 y su irrupción en las elecciones andaluzas de 2018.

    LA EXTREMA DERECHA española había naufragado desde la muerte de Franco. Estaba huérfana de política hasta 1984, año en el que en Francia llegó el primer triunfo electoral del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. En los años 90, muchos creían que la ola del lepenismo iba a llegar hasta España, que ese auge de nuestros vecinos europeos se iba a dar por contagio. Pero no ocurrió así. Se imitaba a Le Pen y se agitaba la consigna de “Los españoles primero”, se criminalizaba a la inmigración, xenofobia, racismo… y sin embargo, la extrema derecha española seguía siendo en Europa una excepción sin representación parlamentaria. Existía, además, una evidente falta de liderazgo. Cuando Blas Piñar, apadrinado personalmente por Le Pen y Giorgio Almirante, fundó el Frente Nacional y concurrió a las elecciones europeas de 1987, apenas cosechó 122.798 sufragios.

    Existe un voto de disgusto ante el abandono a su suerte de amplios sectores de la población, ante la incapacidad y desinterés de la política tradicional para resolver los problemas de zonas deprimidas que se sienten abandonadas. Aquí también existe un caladero de votos para la extrema derecha. Hubo barrios en las elecciones andaluzas de 2018 en los que ganó Vox sin hacer campaña ni pegar un cartel. Es un fenómeno que ya se vivió en el cinturón suburbial de París, donde predominaba el Partido Comunista, y que cambió su voto al Frente Nacional de Le Pen.

    En 2018, Vox abrió la puerta del “trumpismo” en España, hizo una campaña novedosa en las redes sociales, vetó a la prensa que osaba criticarles y se dirigió a jóvenes despolitizados y a sectores de la población alejados de la política. Como resultado: 24 diputados en las primeras elecciones de abril de 2019 y 52 en las segundas de noviembre. Tercera fuerza parlamentaria.

    EXISTE UN SECTOR de la sociedad española (3.656.079 ciudadanos) que ha votado a Vox porque está por la defensa a ultranza de la unidad de España, quiere poner freno a la inmigración, devolver a España su (supuesta) grandeza internacional de antaño y acabar con la corrupción del sistema (la “dictadura progre”). Para ello dicen estar dispuestos a desmontar el estado de las autonomías, derogar leyes, quitar las subvenciones a las ONG, los grupos feministas o el movimiento LGTBI… Estos son los ejes que vertebran la ultraderecha española, en sintonía con la extrema derecha del viejo continente. Por esos motivos han sido votados. Lo emocional también influye y el miedo a perder lo que se tiene o defender el modo de vida. Según estudios recientes, un 25 por ciento de la población europea está en esta onda. En Francia, en los últimos comicios, estuvo a punto de ganar Marine Le Pen, y para impedirlo le fueron “prestados” a Macron votos que no eran suyos. No lo olvidemos. Giorgia Meloni ganó las elecciones en Italia en 2022 y en sus manos quedó el gobierno de aquel país.

    La realidad se impone. Parafraseando la cita que abre este texto: no dejes que la realidad estropee la placidez cómoda del discurso mayoritario ante la extrema derecha. Los medios han contribuido a “la normalización” de Vox como partido parlamentario. Tras las elecciones andaluzas de 2018, muchos medios hablaron del fracaso de Vox en Andalucía, y mucha gente respiró aliviada. Pero Vox sacó 900.000 votos más que en los anteriores comicios andaluces y amplió su grupo en dos diputados. Menudo fracaso. Se quedó apenas a doscientos mil votos de los resultados obtenidos por el PSOE, que fue el auténtico fracasado, junto al resto de la izquierda. Vox no va a desaparecer, tiene las conexiones internacionales precisas y forma parte de una internacional de extrema derecha muy potente.

    Debemos tener cuidado con la interpretación de las encuestas. Si en las próximas elecciones generales Vox pasa de 52 a 45 diputados, por ejemplo, ¿qué importa? Todos los partidos suben y bajan. Mientras tanto, Castilla y León es un laboratorio, con un vicepresidente de Vox sin competencias y con presupuesto, simplemente, para que haga política. En 2023, el Partido Popular tiene que pactar con Vox para gobernar en la Comunidad Valenciana, Cantabria, Baleares, Extremadura y Aragón. Y no ocurre nada. Su presencia en las estructuras del poder se ha normalizado. El PP está preparando su posible alianza con el partido de Abascal para alcanzar la Moncloa, porque el partido de Feijoo sabe que va a necesitar la muleta de Vox. Podemos frivolizar sobre sus posibilidades, pero debemos tener en cuenta que la extrema derecha de Vox ha llegado para quedarse, que su objetivo es desmontar las leyes que han consolidado nuestra convivencia y montar otra cosa. Se está preparando el terreno para la aceptación de un gobierno de extrema derecha normalizado, como en Italia o en Hungría, y que la opinión pública española lo asuma como si no fuera peligroso para la democracia. Las urnas, como siempre, tendrán la palabra, pero la historia nos enseña que por ahí también pueden entrar los golpes de estado.



    BIBLIOGRAFÍA

    Acha Ugarte. Beatriz, Analizar el auge de la extrema derecha. Surgimiento, ideología y ascenso de los nuevos partidos de ultraderecha, Barcelona, Gedisa, 2021.

    Forti, Steven Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla, Madrid, Siglo XXI, 2021.

    Mudde, Cas, La ultraderecha hoy, Barcelona, Paidós, 2021.

    Sánchez Soler, Mariano, La larga marcha ultra. Desde la muerte de Franco a Vox (1975-2022), Barcelona, Roca Editorial, 2022.

    Sánchez Soler, Mariano, La transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España (1975-1983), Barcelona, Ediciones Península, 2018.

    * Mariano Sánchez Soler, periodista, escritor y profesor, estudioso de los movimientos de extrema derecha desde la transición democrática española.

    Fuente:
    https://revistalapluma.com/lapluma_a...para-quedarse/

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