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‘La amiga de mi amiga’: un homenaje (muy libre) y ‘queer’ del clásico de Éric Rohmer

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  • ‘La amiga de mi amiga’: un homenaje (muy libre) y ‘queer’ del clásico de Éric Rohmer

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    Zaida Carmona estrena su primer largometraje, ‘La amiga de mi amiga’, una comedia de enredos lésbica y a cinco bandas en donde el amor se toma con ligereza y se torna un juego estético

    La carrera de Zaida Carmona no comenzó con su primer largometraje. Como casi siempre ocurre, antes de rodar La amiga de mi amiga, la cineasta dirigió videoclips y cortometrajes (el último, Son ilusiones, ya se puede ver en Filmin), y trabajó como actriz a las órdenes de Marc Ferrer. Pero además tuvo tiempo y energías para colaborar con Papa Topo y diseñó un pódcast a cuatro manos junto a Cristina Pastrana.

    Ahora, cuando solo quedan algunas horas para el estreno de La amiga de mi amiga, que se podrá ver por primera vez el próximo 30 de abril dentro del D'A Film Festival de Barcelona, Carmona se prepara para ver en pantalla grande su primera película, una “comedia de enredos lésbica a cinco bandas” que se sucede en las camas, los baños y las calles de la Ciudad Condal.

    La amiga de mi amiga se rodó en trece días durante la pandemia y con un toque de queda exigente que no impidió que tuviese distintas localizaciones. Que las actrices implicadas en el rodaje fuesen amigas lo hizo más fácil (y divertido). “Cuando escribimos el guion, sabía que quería filmar a Rocío Saiz; ese papel lo había escrito inspirándome en ella, así que no podía ser otra persona. Me pasó lo mismo con mi personaje, me imaginé en él y ya no pude salir de ahí, aunque me diese pánico dirigir e interpretar a la vez”, nos cuenta Carmona a Vogue. “Fue entonces cuando empecé a imaginar a amigas o conocidas en diferentes personajes y situaciones. Era una película de las amigas y para las amigas, y tenía que hacerse con ellas”.

    Tan solo dos actrices de la película son profesionales, y además tienen un papel muy pequeño: son Mar Pawlowsky y Nausicaa Bonnín, que comparten escena. Porque la directora, a pesar de deleitarse con el savoir faire de ambas, quiso que la mayoría de las actrices fuesen amateurs para así igualar el registro interpretativo entre las protagonistas. “Los diálogos no estaban fijados, solo teníamos líneas argumentales de las secuencias y fueron ellas las que acabaron de construir cada escena. Creo que esto le otorgó una naturalidad y una verdad muy potente a la película”, asegura.

    Esa naturalidad es la que la cineasta quería plasmar en su primer largometraje, que se inició con una pregunta: ¿Cómo sería la película de Éric Rohmer (El amigo de mi amiga) llevada a mi entorno lésbico y queer? Porque Carmona reconoce que el largometraje nació como una libre, muy libre, adaptación de la película francesa. Una influencia, la de este representante de la Nouvelle Vague, que en ningún momento trató de esconder: desde el título del filme hasta ciertos planos, que constituyen homenajes literales, como el que nos presenta al personaje de Zaida, pero también el maratón de películas del director que se sucede durante la trama.

    La directora de La amiga de mi amiga reconoce que descubrió a Rohmer cuando estudiaba Comunicación Audiovisual, pero que por aquel entonces no le hizo mucho caso. Ahora, con el paso del tiempo, considera que “nadie como él ha retratado la ligereza de las emociones y la futilidad de esos amores de juventud, ni ha filmado tan bien a dos personas manteniendo un diálogo”.



    También en la manera de disponer los planos y en los diálogos se fijó Carmona en Rohmer, cuando decidió que la película debía celebrar el amor y la identidad lésbica con una suerte de ligereza; dejando que sus personajes viviesen sus historias sin tener presente el conflicto de la orientación sexual. “Creo que es sanador defender y reivindicar este orgullo bollero y decir que nosotras también nos lo pasamos bien. Como dice mi admirada Brigitte Vasallo (escritora y activista que hace un cameo en la película): ‘¡Que lo mamarracho no nos quite lo político!’”.

    Con todo, Carmona no se olvida de las obras queer realizadas desde un lugar serio y reivindicativo. “A esas películas les debemos mucho y para mí son clave”, asegura. Pero en La amiga de mi amiga no había un interés por contar cómo se conforma la comunidad LGTBIQ+; lo que se buscaba era plantear una mirada documental. “A veces, se nos exige que ofrezcamos una visión total de nuestra identidad, pero esta película es solo una representación de un entorno muy concreto y pequeño. No pretendo representar al colectivo ni retratar a personajes ejemplificadores; mi visión será siempre una visión sesgada”.

    La emociones, en el centro


    El personaje de la protagonista, Zaida, no se distingue demasiado del de su creadora, Zaida Carmona. “Es mi máscara; esa faceta que todos tenemos al mostrarnos de cara al exterior. Lo que he hecho ha sido aunar todas mis neurosis, miedos y alegrías en una película. Intensificarme y reírme bastante de mí, autoparodiarme”, resume. Pero existe una emoción que las dos comparten: ambas están obsesionadas con el amor y el desamor. De hecho, la directora reconoce que adora las comedias románticas y que, como espectadora, los conflictos sentimentales son siempre su trama favorita.

    Y a pesar de que, en una primera lectura, se podría vincular el género de las comedias románticas con una cierta frivolidad, lo cierto es que en la actualidad son las relaciones afectivo-sexuales las que despiertan un mayor interés en el ámbito académico. Llevamos demasiado tiempo consumiendo amores, cuerpos e ilusiones a una velocidad de vértigo, y esta manera de relacionarnos no nos hace felices. “Nos enamoramos por encima de nuestras posibilidades y a veces ni siquiera vemos al objeto de nuestro amor. Se trata de saciar nuestra ansiedad emocional. Nos enamoramos de nuestro propio enamoramiento, somos adictas al subidón y vamos encadenando chica tras chica, y amor tras desamor sin enterarnos de nada. En resumen: que amamos mucho pero amamos mal, así que supongo que necesitaba hacer una autocrítica o una autoparodia de esta forma capitalista de relacionarnos”, reconoce Carmona.

    El pop (en las canciones y el vestuario)


    Antes de que Alexa Barrios entrase en escena como directora de vestuario, la directora sabía que las prendas y los complementos escogidos por sus protagonistas debían jugar un papel fundamental en la trama. “Me interesaba que hubiese colores primarios y planos, y que cada uno definiese a cada tipo de personaje”, explica. Pero también era una manera de marcar la acción: el tono podía cambiar según el transcurso de la película. Teniendo esto en cuenta, Carmona buscó que en todo momento las actrices se sintiesen cómodas y que su vestuario mantuviese su esencia, por lo que mucha de la ropa era suya.

    Fuente: https://www.vogue.es/living/articulo...rmona-pelicula
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