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Explícita, lésbica y ganadora del Cervantes: Cristina Peri Rossi se muestra con todo en su autobiografía

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  • Explícita, lésbica y ganadora del Cervantes: Cristina Peri Rossi se muestra con todo en su autobiografía


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    En “La insumisa”, la escritora uruguaya repasa su infancia y adolescencia. Creció en Uruguay pero tuvo que exiliarse por la dictadura. Cortázar la admiró. Y ella quería casarse con su madre.

    Por
    Dolores Pruneda Paz - Telam S.E.

    La insumisa, último libro de la uruguaya Cristina Peri Rossi, es la historia subjetiva y literaria de la infancia y adolescencia de esta autora de culto y escasa circulación en Argentina hasta que a sus 80 años, hace un año, ganó el premio Cervantes de Literatura, el más importante de las letras castellanas, por cuestiones vinculadas a una escritura feroz en su forma y profundamente lírica, que carga, incluso en esta autobiografía, con el deseo, el exilio y la propia lengua como madre y materia.

    La publicación de MenosCuarto, sello que trae La insumisa a la Argentina a dos años de su lanzamiento en España-donde Peri Rossi vive hace medio siglo, desde que dejó Uruguay escapando de las dictaduras de la región- viene a reconfirmar el flujo de una obra fundamental, llamativamente desatendida de este lado del Atlántico y del Río de la Plata.

    Fue una editorial pequeña e independiente, la cordobesa Caballo Negro, la que zanjó 60 años de omisión cuando en 2021, anticipándose al Cervantes, publicó por primera vez textos suyos: Detente, instante, eres tan bello reunió la poesía completa de una autora traducida a 20 idiomas, admirada por Julio Cortázar, referente de los feminismos, traductora, periodista y activista política que, sin embargo, no había ingresado a los catálogos locales

    La novela autobiográfica La insumisa llega en ese contexto, saldando ese bache en el terreno literario argentino. Peri Rossi (Montevideo, 1941) tiene una obra ampliamente reconocida, lleva escritos 45 libros. Vinculada al boom latinoamericano por novelas como La nave de los locos, recibió el premio Loewe de poesía por el realismo sucio del libro Playstation y ganó la Beca Guggenheim entre tantísimas distinciones que recibió por su lenguaje despojado y preciso, donde el erotismo se tornó una decisión estética que rompió cánones y mostró una literatura poderosa: explícita, lésbica y un humor que no es burla, está lleno de piedad y de afecto.

    La primera vez que me declaré a mi madre, tenía tres años... Yo tenía propósitos serios: pretendía casarme con ella.. constituir un matrimonio lleno de amor, ternura, comprensión y gustos compartidos”. Así empieza el libro donde narra con dulzura y asombro su primera infancia y juventud.

    Están los meses que a los cuatro años pasó en el campo con su tía, directora de escuela pública, y su tío, jefe ferroviario “buenazo” y silencioso, conviviendo con peones, corderos, avestruces y amaneceres llaneros donde “el sol era el huevo del mundo”. Está la casa levantada en medio de las vías de los ingleses, adonde su madre la había enviado por un enfermedad pulmonar, probablemente la misma que a sus 80 años hace que casi no de entrevistas ni asista a actos de premiación aún si van los Reyes de España.

    “Yo no he sido cronista de la realidad -escribió Peri Rossi en el discurso que la actriz argentina Cecilia Roth leyó durante la entrega del Cervantes-. Me he sentido muchas veces como Casandra, en la Eneida, vaticinando un futuro y unos peligros que pocos veían. Pero no concibo una literatura solemne”.

    Esa literatura cuenta con ensayos, novelas y cuentos premiados (El libro de mis primos, Los museos abandonados), con poemarios disruptivos como el erótico Evohé, con prohibiciones en su país cuando ya estaba exiliada en Barcelona, centro editorial latinoamericano donde aún reside y donde se consagró como un pilar de la literatura castellana.

    Convertí la resistencia en literatura -dijo Roth, en aquel acto, en su nombre-, como hicieron tantos exiliados españoles, y en lugar de renunciar a la sociedad, desde mis libros, desde mi vida he intentado como doña Quijota ‘desfazer’ entuertos y luchar por la libertad y la justicia, aunque no de manera panfletaria o realista, sino alegórica e imaginativa. No necesitamos duplicar la realidad, sino ironizar o interpretarla”.

    Así es que el tío culto, funcionario público y gran lector “ferozmente misógino” que tantas veces evoca, con gratitud, en charlas públicas y clases universitarias, reaparece en La insumisa. Reaparece su biblioteca en la habitación de piso de tablas, con una ventanita que da al fondo de la casa donde se ve crecer un limonero, la biblioteca que visitaba con la misión personal de leerla completa, sin orden ni conocimiento, eligiendo los títulos que más la impresionaran.

    “Hay algo que siempre le deberé a mi tío -escribe en la novela-: que su biblioteca no fuera exclusivamente de clásicos. Que al lado de Shakespeare estuviera John Osborne, y al lado de Virgilio, Vicente Aleixandre. Una divertida turda de infames locos”.

    Y enumera La balada del café triste; El filo de la navaja; Las olas: “Así aprendí que la seducción de la lectura empieza por el nombre del libro”, señala volviendo sobre esa cosa deseante que conduce su vida y esta biografía, que la hace mirar a su bisabuela migrante, Marcela Frugone, suicida, y que al final de su vida, 40 años ella mayor que Marcela, la hace preguntarse sobre el amor, su propio exilio y su lengua.

    “Dejar un amor es perder un dialecto”, escribe cuando descubre que su registro de la extrañeza del exiliado no coincide con su fecha de desembarco en Barcelona, el 20 de octubre de 1972, sino que comienza un año después, el día que se separa para siempre de su pareja.

    Y así Peri Rossi va trazando simetrías. Su propia migrancia con la de los habitantes del barrio Reducto de Montevideo donde se crió y adonde nunca regresa. Los trenes ingleses edénicos de su infancia, los del fin del estado de gracia de la niñez (los que conducen a los corderos al matadero en Montevideo), los que en la dictadura uruguaya, cuando ella ya no estaba en Uruguay y ni siquiera en España porque tuvo que exilarse también un tiempo de ahí, a Francia con Cortázar, por el franquismo, fueron cajas para secuestrar, torturar y matar a uruguayos.

    Va indicando aprendizajes capítulo a capítulo, “revelaciones decisivas” de infancia y adolescencia con “consecuencias que duraron toda la vida”, como cuando Julieta, su madre, le explicó, a los cuatro años, que no podrían casarse porque la ley uruguaya no permitía el matrimonio entre una madre y una hija, ni entre una hija y su madre. La ley como obstáculo del deseo. “Seguí amando a mi madre, aunque abandoné el proyecto de casarme con ella. También descubrí que podía continuar amándola y amar a otras personas al mismo tiempo. Ella no siempre lo entendía bien”.

    “Yo leía con la delectación indiscriminada de una adicta y una conversa -narra-. Mi religión era la literatura -más precisamente: el conocimiento, pero el conocimiento que proporcionaba la literatura- y los libros eran los monjes y las monjas que celebraban el culto desde las páginas, desde los lomos de los libros, con letras doradas y marcadores de tela”.

    En esa religión, donde también están el amor y su deseo, la escritora confirma lo que ya ha dicho tantas veces e incluso repetido en su último discurso en boca de Cecilia Roth, que “la literatura responde a la enseñanza evangélica: habla en parábolas, para que los que quieran entender entiendan” .

    El próximo libro de la autora que se publicará en Argentina será La nave de los locos, su novela más emblemática, promediando el fin de año. La insumisa (fragmento)


    Primer amor

    La primera vez que me declaré a mi madre, tenía tres años, (según los biólogos, los primeros años de nuestra vida son los más inteligentes. El resto es cultura, información, adiestramiento). Yo tenía propósitos serios: pretendía casarme con ella. El matrimonio de mi madre (del cual fui un fruto temprano) había sido un fracaso, y ella estaba triste y angustiada. Los animales domésticos comprenden instintivamente las emociones y los sentimientos de los seres y procuran acompañarlos, consolarlos: yo era un animal doméstico de tres años.

    El escaso tiempo que mi padre estaba en casa (aparecer y desaparecer sin aviso era una forma de poder) discutían, se hacían mutuos reproches y por el aire —como una nube negra, de tormenta— planeaba una oscura amenaza. En cambio, mi madre y yo éramos una pareja perfecta. Teníamos los mismos gustos (la música clásica, los cuentos tradicionales, la poesía y la ciencia), compartíamos los juegos, las emociones, las alegrías y los temores. ¿Qué más podría pedirse a una pareja? No éramos, por lo demás, completamente iguales. A los tres años yo tenía un agudo instinto de aventura, del que mi madre carecía (o el matrimonio lo había anulado), y un amor por la fauna y la flora que a mi madre le parecía un poco vulgar. Aun así, me permitió criar un zorro, un malhumorado avestruz y varios conejos.

    Pero a diferencia de mis progenitores, mi madre y yo, siempre que surgía un conficto, sabíamos negociar. Cuando me encapriché con un bebé de elefante, en el zoo, y manifesté que no estaba dispuesta a regresar a casa sin él, mi madre me ofreció, a cambio, un pequeño ternero, que pude criar en el jardín trasero. (Sospecho que mi padre se lo comió. Un día, cuando me desperté, el ternerito ya no estaba pastando en el césped. Mi padre, ese día, hizo asado.)

    Fuente: https://www.infobae.com/leamos/2022/...iME8xL-qD-y_qQ
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